Habitamos un pedazo de tierra que no se
encuentra en muchos mapas. Aun
cuando aparece, estamos acostumbrados a la imprecisión de su dibujo: una mancha ovalada suele representar su
familiar extensión, cien por treinticinco, como un resto de fritura que flota
en el aceite. Sin embargo, yo
encuentro tan armonioso su dibujo, tan hermosa su configuración cuadrangular
(el verde en el medio y el norte, la parte seca hacia el sur, la orilla del
este abriéndose hacia las islas menores, la atalaya de su cordillera central)
que, si no fuera por todo el hormigón y los letreros comerciales, juraría que
es una isla de lo más mona.
Se me ocurre, entonces, que ya es momento
de reconciliarse con lo minúsculo.
No sólo descubro la necesidad de reivindicar lo frágil, lo
pasajero; también me reconcilio
con la pequeñez de mi propio mundo doméstico y brevísimo.
Imagínense ustedes cuántos egos se
desinflarían, cuántos podrían por fin abandonar sus disfraces, sus poses. Cuántos cederían al placer de lo
inmediato y también pequeño, en lugar de aspirar ansiosamente al puesto
importante, al reconocimiento público, a la ovación de las grandes masas. ¿De cuántos vociferantes nos
libraríamos? ¿A quiénes querrían
mandar? ¿En qué memoria
pretenderían instalarse?
¿Qué nos impele a protagonizar la
historia de este brevísimo e insignificante universo?
Convendría, en el momento de más
melodrama, de mayor dramatismo, en medio del escarnio o la euforia
multitudinaria, recordar esta bienaventurada pequeñez para recogernos como el
caracol en su casa y dejar sólo un rastro baboso, también ligero, como muestra
de nuestro nitidísimo pasaje entre la historia y el día, siempre dispuesto a
repetirse.
Habría que aprovechar el instante en que
nadie nos ve, en que nadie sabe dónde estamos, para escapar completamente de la
obligación de definirnos y quedar así, acurrucados en el centro de nuestro
cascarón inmóvil, como si estuviéramos muertos. De todas formas, nadie notará nuestra ausencia.
Sería entonces la ocasión de inventar qué
hacer con tan vasta libertad.
Publicado en El nuevo día el 11 de julio de 2007.
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