De cómo llegué a la quinta nube

En este limbo cibernético se acumularán las publicaciones de cinco años ininterrumpidos de crónica actual, además de otras que se me vayan ocurriendo.

miércoles, 6 de junio de 2012

PEQUEÑEZ



Habitamos un pedazo de tierra que no se encuentra en muchos mapas.  Aun cuando aparece, estamos acostumbrados a la imprecisión de su dibujo:  una mancha ovalada suele representar su familiar extensión, cien por treinticinco, como un resto de fritura que flota en el aceite.  Sin embargo, yo encuentro tan armonioso su dibujo, tan hermosa su configuración cuadrangular (el verde en el medio y el norte, la parte seca hacia el sur, la orilla del este abriéndose hacia las islas menores, la atalaya de su cordillera central) que, si no fuera por todo el hormigón y los letreros comerciales, juraría que es una isla de lo más mona.

Se me ocurre, entonces, que ya es momento de reconciliarse con lo minúsculo.  No sólo descubro la necesidad de reivindicar lo frágil, lo pasajero;  también me reconcilio con la pequeñez de mi propio mundo doméstico y brevísimo.

Imagínense ustedes cuántos egos se desinflarían, cuántos podrían por fin abandonar sus disfraces, sus poses.  Cuántos cederían al placer de lo inmediato y también pequeño, en lugar de aspirar ansiosamente al puesto importante, al reconocimiento público, a la ovación de las grandes masas.  ¿De cuántos vociferantes nos libraríamos?  ¿A quiénes querrían mandar?  ¿En qué memoria pretenderían instalarse? 

¿Qué nos impele a protagonizar la historia de este brevísimo e insignificante universo?

Convendría, en el momento de más melodrama, de mayor dramatismo, en medio del escarnio o la euforia multitudinaria, recordar esta bienaventurada pequeñez para recogernos como el caracol en su casa y dejar sólo un rastro baboso, también ligero, como muestra de nuestro nitidísimo pasaje entre la historia y el día, siempre dispuesto a repetirse.

Habría que aprovechar el instante en que nadie nos ve, en que nadie sabe dónde estamos, para escapar completamente de la obligación de definirnos y quedar así, acurrucados en el centro de nuestro cascarón inmóvil, como si estuviéramos muertos.  De todas formas, nadie notará nuestra ausencia.

Sería entonces la ocasión de inventar qué hacer con tan vasta libertad.

Publicado en El nuevo día el 11 de julio de 2007.

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