De cómo llegué a la quinta nube

En este limbo cibernético se acumularán las publicaciones de cinco años ininterrumpidos de crónica actual, además de otras que se me vayan ocurriendo.

miércoles, 18 de julio de 2012

Ciberlandia




Las manos ágiles danzan sobre el teclado, en los ojos relampaguea el resplandor de la pantalla.  El joven, ajeno a la noche que se desploma frente a él en tonalidades púrpuras, se ha conectado a la Señal.  Allí encuentra una legión de personajes medio conocidos, identidades alternas en rostro, historia y nombre, distinta a las que mira y toca durante el día.  Separado de su cuerpo, entra a los límites transparentes de Ciberlandia y conversa, discute, bromea, coquetea con otros que, como él, asumen una naturaleza espectral.

En este territorio no les alcanzan las balas, ni los abrazos.  Comercios, escuelas, universidades tienden una red de ondas, como una telaraña siniestra, que les ofrece el amparo de los sueños sin la tiranía de las pesadillas.  Con entusiasmo febril se acuclillan en pasillos o se acurrucan en escritorios y se adhieren al pegajoso hilado informático hasta quedarse completamente inmóviles.  Los buscadores de oro, como siempre, observan esta multitud estática con la avidez de una araña hambrienta.

Las imágenes se suceden, una legión de espectros chacharea en un salón flotante.  Un dialecto tartamudo, repleto de palabras a medio hacer, interjecciones y muñequitos reemplaza la frase articulada.  La oración, el párrafo, el libro, se transforman en artefactos extraños y caducos.  Se desconocen aún las consecuencias de esta mutación social.  Sólo sabemos que es rápida, constante, abarcadora.  ¿Qué país se sueña en Ciberlandia?

De momento, el viento sopla, algo se mueve.  La Señal, con el temblor de una criatura verdadera, vacila, huye, se va.  Se deshace la red; desaparecen los vastos territorios de la virtualidad.  El joven noctámbulo levanta la mirada.  Aquí está la silla, la ventana; más allá: el mundo intacto, los ruidos de la calle, la noche plena.  Mortificado por la interrupción de su delirio, cierra la pantalla, se revuelve en el asiento, bosteza.  Podría decirse que el azar le ha devuelto la ocasión de habitar su cuerpo.  Se han desvanecido los efectos evidentes de la conexión.  Sin embargo, si nos fijamos bien en su mirada, veremos que muy adentro lleva aún, como tatuadas, las marcas de su estadía en Ciberlandia.

Publicado el 3 de octubre de 2007 en El Nuevo Día

No hay comentarios:

Publicar un comentario