Las
manos ágiles danzan sobre el teclado, en los ojos relampaguea el resplandor de
la pantalla. El joven, ajeno a la
noche que se desploma frente a él en tonalidades púrpuras, se ha conectado a la
Señal. Allí encuentra una legión
de personajes medio conocidos, identidades alternas en rostro, historia y
nombre, distinta a las que mira y toca durante el día. Separado de su cuerpo, entra a los
límites transparentes de Ciberlandia y conversa, discute, bromea, coquetea con
otros que, como él, asumen una naturaleza espectral.
En
este territorio no les alcanzan las balas, ni los abrazos. Comercios, escuelas, universidades
tienden una red de ondas, como una telaraña siniestra, que les ofrece el amparo
de los sueños sin la tiranía de las pesadillas. Con entusiasmo febril se acuclillan en pasillos o se
acurrucan en escritorios y se adhieren al pegajoso hilado informático hasta
quedarse completamente inmóviles.
Los buscadores de oro, como siempre, observan esta multitud estática con
la avidez de una araña hambrienta.
Las
imágenes se suceden, una legión de espectros chacharea en un salón
flotante. Un dialecto tartamudo,
repleto de palabras a medio hacer, interjecciones y muñequitos reemplaza la
frase articulada. La oración, el
párrafo, el libro, se transforman en artefactos extraños y caducos. Se desconocen aún las consecuencias de
esta mutación social. Sólo sabemos
que es rápida, constante, abarcadora.
¿Qué país se sueña en Ciberlandia?
De
momento, el viento sopla, algo se mueve.
La Señal, con el temblor de una criatura verdadera, vacila, huye, se
va. Se deshace la red; desaparecen
los vastos territorios de la virtualidad.
El joven noctámbulo levanta la mirada. Aquí está la silla, la ventana; más allá: el mundo intacto,
los ruidos de la calle, la noche plena.
Mortificado por la interrupción de su delirio, cierra la pantalla, se
revuelve en el asiento, bosteza.
Podría decirse que el azar le ha devuelto la ocasión de habitar su
cuerpo. Se han desvanecido los
efectos evidentes de la conexión.
Sin embargo, si nos fijamos bien en su mirada, veremos que muy adentro
lleva aún, como tatuadas, las marcas de su estadía en Ciberlandia.
Publicado el 3 de octubre de 2007 en El Nuevo Día
No hay comentarios:
Publicar un comentario