De cómo llegué a la quinta nube

En este limbo cibernético se acumularán las publicaciones de cinco años ininterrumpidos de crónica actual, además de otras que se me vayan ocurriendo.

martes, 10 de julio de 2012

Memento mori o La isla de la fantasía


(En ocasión de la súbita muerte de dos famosos en el verano de 2009)

No es casualidad que sea en una isla donde se imagine la feliz reunión de Kennedy, la princesa Diana y Elvis Presley. Allí deben habérseles sumado en estos días Farah Fawcett y Michael Jackson, todos los admirados y apreciados por multitudes, que no pueden admitir la muerte de las ilusiones. Es, después de todo, la “isla” el lugar favorito de todas las utopías. Ojo.

De manera que los famosos ya habrán llegado ya a la Isla de la Fantasía, donde les espera Mr. Roarke y Tattoo. Mientras tanto los mortales ya nos mareamos con el rodeo a su vida, pasión y muerte y a las intricadas especulaciones sobre el destino de su fortuna y la ubicación de su última morada. Marcados por las imágenes de un tiempo, millones de ciudadanos de distintas culturas asistieron al espectáculo del final, desde cerca o desde lejos, en persona o a través de los aires cibernéticos. Son inquietantes las imágenes de los llorosos deudos, individuos jamás tocados ni siquiera por la mirada fugaz de los admirados ídolos. Es la tremenda fuerza de las ilusiones, hasta de aquellas prefabricadas para uso y disfrute de anónimas criaturas. En el Olimpo están los intocables dioses de la Pepsi.

Dicen algunos que Michael no pudo con la edad. El cuerpo, ese cuerpo martirizado por la voluntad de encarnar la absoluta ambigüedad, se le revelaba. De la misma forma, el comercio, la ganancia, pasa, como la fama, la alegría y la juventud. Es historia antigua. Conmueve escuchar la medrosa voz pidiendo auxilio: “No respira, no le late el corazón, no reacciona, necesitamos una ambulancia.” La muerte, tan inclemente en Los Ángeles como en las calles de Teherán, callaba la voz de un ciudadano común de cincuenta años.

Mientras tanto, una siniestra nube de polvo del Sahara cubre poco a poco la otra isla, la nuestra, como recordándonos las estrechas dimensiones del mundo, lo lejos que estaría, aún vivo, Michael Jackson. Sólo un aguacero disipa esta bruma. Del polvo vienes, al polvo regresarás. Llueve. El agua, generosa, limpia el cielo y promete dispersar estos días y sus penas - las globales y las íntimas. Es lo bueno de las islas, siempre tan cercanas al cielo, siempre dispuestas al borrón y cuenta nueva. Debe ser por eso que suelen ser el espacio favorito de las utopías.

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