De cómo llegué a la quinta nube

En este limbo cibernético se acumularán las publicaciones de cinco años ininterrumpidos de crónica actual, además de otras que se me vayan ocurriendo.

miércoles, 6 de junio de 2012

CIUDAD




“Caminar por las calles de Hato Rey es una auténtica aventura”, esto piensa la muchacha mientras aspira el aire fétido del callejón.  “Como si fuera poco andar a pie bajo el sol, qué peste.  Pero bueno, ¿dónde lo van a hacer?”  Se le ocurre que si fuera alcaldesa pondría baños públicos para deambulantes, como las termas de la antigüedad.  Los alcaldes aprenderían mucho de los libros de historia.

Había decidido regresar caminando del trabajo, a pesar del sol, el polvo y los tubos rotos del recorrido.  Va sorteando baches, zafacones, carros estacionados en la acera.  Cruza las calles, desconfiando de las leyes del tránsito, amparada por su sentido común y su cautela.  Disfruta, a pesar de todos los obstáculos, el color del cielo a la hora de salida.  Es verdad que debe ir esquivando las ramas bajas, con cuidado de no perder un ojo, pero consigue caminar a la sombra.  Casi prefiere que el municipio sea descuidado porque aún le duele el espectro de los árboles arrancados del Paseo de Diego.  Agradece, pues, el estado selvático de ese tramo abandonado.

Por fin llega a su edificio.  Debe esperar un buen rato a que los carros se detengan, para cruzar.  De nada sirven las franjas blancas pintadas en el asfalto como un adorno absurdo.  Le sobreviene el recuerdo de la vecina que murió hace unos años atropellada a esa misma hora por una conductora apresurada. 

Ya a salvo al otro lado, orgullosa de su hazaña, le sonríe al guardia de turno que le abre la puerta.  Atrás deja una sarta de carros chillones que se tuerce a través de las avenidas como un monstruoso dragón.

La muchacha siente, después de su arribo venturoso, que a pesar de todo, por un momento, ha logrado vivir en una ciudad verdadera.
Publicado en El nuevo día el 27 de junio de  2007

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