Desde
la tierra, San Juan alumbra el cielo.
Para ser más exacta, desde la órbita de un satélite, la isla - y en
especial la isleta - se vislumbra como breve fogón en el centro del océano,
rodeado de miles de luces, distantes y dispersas por los continentes.
¿De
dónde sale el montón de petróleo que se quema en esa luminosidad? ¿Cuánto calor genera minuto tras minuto
el fresco de los edificios, el tránsito de la mercancía, el recelo de los
ciudadanos? ¿Cuántos bosques
milenarios quemamos sin escrúpulos en nuestro movimiento perenne?
Hace
más de una década tuve la insólita experiencia de repartir un mismo día entre
tres islas, tres ciudades: San
Juan, Santo Domingo, La Habana.
Recuerdo ese viaje como una excursión a otro planeta, una región encantada: un mismo territorio dividido por el
agua y los accidentes de la historia. El regreso me enfrentó a una isla que
entrevera diariamente el paraíso y el infierno y que, contrapuesta a las otras
dos islas, parecía tan de cuento como los lugares que había visitado.
El
derroche de cosas, entre ellas la electricidad, era tal vez el principal
contraste. Los puertorriqueños,
malcriados por la comercialización y la propaganda omnipresentes en nuestras
vidas, tenemos la ilusión de que todo estará siempre a nuestro alcance - las
uvas chilenas, los carros japoneses y el petróleo extranjero que ilumina las
noches boricuas. Se nos olvida que
nuestra condición de isleños nos deja a expensas de los avatares de otros
puertos. No importa bajo qué
sistema, siempre somos vulnerables - un bloqueo, una crisis, un huracán. Sin embargo, proliferan enormes
estructuras comerciales y residenciales que dependen del aire acondicionado,
los ascensores y la iluminación artificial.
Desde
la ventana del avión, ante el espectáculo de las luces de San Juan, recordé la
oscuridad de otras ciudades isleñas.
Me pareció que cometíamos una falta grave y seríamos duramente
castigados por los dioses. Imaginé
entonces un gigante borracho que se había quedado dormido sin apagar la
luz.
A
saber cómo encontrará el mundo cuando despierte. Mientras tanto, San Juan alumbra el cielo desde la tierra.
Publicado en El nuevo día el 13 de junio de 2007.
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