De cómo llegué a la quinta nube

En este limbo cibernético se acumularán las publicaciones de cinco años ininterrumpidos de crónica actual, además de otras que se me vayan ocurriendo.

miércoles, 6 de junio de 2012

LUCES



Desde la tierra, San Juan alumbra el cielo.  Para ser más exacta, desde la órbita de un satélite, la isla - y en especial la isleta - se vislumbra como breve fogón en el centro del océano, rodeado de miles de luces, distantes y dispersas por los continentes. 

¿De dónde sale el montón de petróleo que se quema en esa luminosidad?  ¿Cuánto calor genera minuto tras minuto el fresco de los edificios, el tránsito de la mercancía, el recelo de los ciudadanos?  ¿Cuántos bosques milenarios quemamos sin escrúpulos en nuestro movimiento perenne?

Hace más de una década tuve la insólita experiencia de repartir un mismo día entre tres islas, tres ciudades:  San Juan, Santo Domingo, La Habana.  Recuerdo ese viaje como una excursión a otro planeta, una región encantada:  un mismo territorio dividido por el agua y los accidentes de la historia. El regreso me enfrentó a una isla que entrevera diariamente el paraíso y el infierno y que, contrapuesta a las otras dos islas, parecía tan de cuento como los lugares que había visitado.

El derroche de cosas, entre ellas la electricidad, era tal vez el principal contraste.  Los puertorriqueños, malcriados por la comercialización y la propaganda omnipresentes en nuestras vidas, tenemos la ilusión de que todo estará siempre a nuestro alcance - las uvas chilenas, los carros japoneses y el petróleo extranjero que ilumina las noches boricuas.  Se nos olvida que nuestra condición de isleños nos deja a expensas de los avatares de otros puertos.  No importa bajo qué sistema, siempre somos vulnerables - un bloqueo, una crisis, un huracán.  Sin embargo, proliferan enormes estructuras comerciales y residenciales que dependen del aire acondicionado, los ascensores y la iluminación artificial.

Desde la ventana del avión, ante el espectáculo de las luces de San Juan, recordé la oscuridad de otras ciudades isleñas.  Me pareció que cometíamos una falta grave y seríamos duramente castigados por los dioses.  Imaginé entonces un gigante borracho que se había quedado dormido sin apagar la luz. 

A saber cómo encontrará el mundo cuando despierte.  Mientras tanto, San Juan alumbra el cielo desde la tierra.
Publicado en El nuevo día el 13 de junio de 2007.

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