Entre las personas
que corrían ante el teniente descontrolado, estaba mi estudiante Laurie. Me la imagino huyendo despavorida por
la Avenida Constitución, protegiendo su cámara y su vida. Cuenta ella que vio cuando el policía
sacaba la pistola y disparaba, y eso la hizo “correr más”, luego escuchó otro
tiro y me asusta pensar que, entonces, en la mirilla del tirador estuviera la
muchacha. Celebremos que esa bala
quedó perdida y no encontró ni a Laurie ni a ninguno de los muchachos que huían
avenida abajo, ese turbulento atardecer en Puerta de Tierra.
El caos que formó
la policía el miércoles pasado no debe repetirse, en eso estoy de acuerdo con
el Gobernador. Y sí, ha llegado el
momento de establecer nuevas restricciones a la uniformada en el uso de la
fuerza bruta y de educarla en el manejo de multitudes, porque, como bien
prevemos todos, las protestas continuarán, para fortuna de los vendedores de
piraguas, sombrillas y botellitas de agua.
Después de
escuchar sus declaraciones al respecto, sin embargo, es difícil creerle al
Gobernador su compromiso con la protección de los derechos ciudadanos. Tendrá que esforzarse un poco más en
convencernos. Sus expresiones,
salpimentadas de disparatadas insinuaciones que parecen dictadas por un
espíritu burlón (“grupos financiados por países extranjeros que intentan
sembrar el caos”) aportan muy poco a la tolerancia que alega defender y mucho a
la inquina de algunos ánimos exhaltados, como el del teniente disparador. “Eso es lo que tendríamos que hacer -
dicen que dijo este señor después de disparar - matarlos a todos.”
La violencia de
estas palabras merece la más enérgica censura de las autoridades. Se trata, no de un anónimo viandante ni
de un fanático en la multitud, sino de un representante de la Ley y el Orden
(precisamente) que el Gobernador dice venerar.
Ahora que se
retoma el semestre en Río Piedras y se emprende una nueva jornada de
intrincadas controversias y dificultosas situaciones, necesitamos garantías de
nuestro derecho a disentir.
Sin ellas, la paz tan cacareada en los discursos es miedo, resignación,
derrota, tiranía.
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